Cuando uní mi vida a la de Miki - como cariñosamente le llamaba a mi esposa Migdalia - se apoderó demi alma una inmensa paz que perduró por más de veintidós años, tiempo que duró nuestro matrimonioincomparablemente exquisito.Miki no fue sólo mi esposa, sino también mi entrañable amiga; el complemento de mi vida.El tiempo de mayor angustia en mis años de existencia, indudablemente fueron las dieciséis horas ymedia en el Hospital; desde su ingreso hasta el recibo de la implacable noticia cuando uno de losmédicos abrió la puerta del salón de operaciones para anunciar su muerte.Confieso que se me cerró el mundo; la memoria se me afectó de tal manera que hasta los números deteléfonos para avisar a mis familiares se me borraron y no fue hasta después de su sepultura que puderecobrar la mayor parte de mis facultades, porque la de escribir y sobre todo versar no aparecía. El inesperado golpe fue extremadamente impactante. Gracias le doy a Dios que me ha permitidocomenzar a ajustar mi vida a la dura realidad imperante sin apartar de mi lado su agradable recuerdo.